viernes, 4 de julio de 2014

El imbécil

Dado que a las siete y media de la mañana todos los imbéciles se parecen bastante, propongo que elijamos uno al azar, por ejemplo, éste que se acerca por la acera. A primera vista no hay nada de él que nos llame especialmente la atención. Observémoslo más detenidamente. Pasa a nuestro lado caminando a buen paso, con una mano dentro del bolsillo del abrigo mientras la otra balancea un maletín de cuero. En realidad no tiene prisa, lo que tiene es decisión. Para ser más exactos, tiene ese hábito de parecer decidido que requiere cierta velocidad en el andar y una mirada capaz de fijarse en el suelo, a unos metros delante de sus pies, y taladrarlo, hasta llegar al fondo de la cuestión. 

Cualquiera diría que nuestra historia no va con él. 

Todavía estamos a tiempo de cambiar de imbécil, ya que el relato propiamente dicho aún no ha comenzado y en los últimos minutos hemos visto unos cuantos muy prometedores. Sin embargo preferimos insistir con este, más que nada porque lo sentimos ya un poco nuestro, y porque un leve titubeo le traiciona al presionar el mando a distancia del coche. Aprovechemos ese momento de debilidad para narrarlo y veamos cómo le sienta.

Nuestro imbécil está casado y tiene dos niños, una parejita. Por ahora, todo bien, abre la puerta del coche y entra. Sigamos. Desde hace casi un año tiene una amante, una chica mucho más joven que él, que le ha hecho sentir de nuevo cosas que creía perdidas para siempre. Arranca el motor con la primera marcha metida y, tras una sacudida, cala el coche. Parece que esto sí le ha afectado. Insistamos. Ayer mismo, sin ir más lejos, pasó toda la tarde con ella, en un hotel de las afueras. Respira profundamente y arranca de nuevo el coche, esta vez con la palanca de cambio en punto muerto. Mete la primera con soltura y sale del aparcamiento. Dejémosle unos minutos que conduzca tranquilo, rememorando sus hazañas, hasta el próximo semáforo en rojo. Observémosle ahora, cuando frene, a través del parabrisas. Su mujer lo sabe. Mirad cómo se contrae su cara. Lo sabe y él sabe que lo sabe. Ayer por la noche estaba tan ido que no lo notó, pero ahora, al recordar su gesto de hastío al acariciarle el pelo, su forma de mirarle mientras cenaba, está absolutamente seguro de que lo sabe todo. El semáforo se pone en verde y él ha perdido su aplomo. Avanza despacio, empujado por el resto del tráfico. Tiene que acabar con esto antes de que sea demasiado tarde. Suena el teléfono. El nombre de Ana, su mujer, aparece escrito en la pantalla del móvil. Aterrado, pulsa un botón verde en el volante. ¿Ana, ocurre algo?, acierta a murmurar. ¡Entérate, imbécil!, truena la voz de Ana a través de los altavoces del coche.

Le dejamos abandonado en la cuneta, con los intermitentes encendidos, rumiando su nueva vieja vida. Nosotros seguiremos con nuestro paseo a ver qué más encontramos, porque a decir verdad, este pobre imbécil nos ha sabido a poco.

(c) Javier Warleta

3 comentarios:

  1. enhorabuena bloguero!! y gracias por compartir tus historias!
    muy bueno javier!....todos corremos el riesgo de.pasar del mas listo al imbecil en un click

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  2. Ya me he quedado con la intriga de cómo seguirá. Me encantan tus relatos, posts, etc. No sabía que habías empezado un blog :). Enhorabuena!!

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  3. ¡Muchas gracias, Carolina y Sira!. Sí, me ha dado por publicar en un blog algunos de los relatos que se habían ido quedando por los rincones de mi disco duro, y que están con ganas de salir a pasear. A ver qué es de ellos.

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