martes, 8 de julio de 2014

El asesino

Sí, claro que fui yo, prefiero contártelo de una vez antes de que sigas inventando más historias. Para empezar, yo nunca tuve nada en contra de tu último relato, y si le golpeé fue sólo porque al muy idiota se le ocurrió abalanzarse sobre mí en la oscuridad de tu dormitorio. Te aseguro que incluso me alegré cuando supe que no le había pasado nada. Después aparecieron tus rimas, esas histéricas, chillando como si yo fuera a degollarlas. Tengo que confesar que disfruté arrancándoles la ropa interior y corriendo detrás de ellas por  la casa, pero tampoco eran lo que buscaba, así que terminé encerrándolas en el armario donde guardas los trapos sucios y las escobas, antes de que sus gritos alertaran a los vecinos. Después revolví todos los cajones hasta que por fin la encontré, encogida y tiritando de pánico, bajo tu cama. No, no puedo negar que fuera premeditado, pero te juro que no me ensañé con ella. Al salir a la calle, con las manos aún manchadas de negro, la miré por última vez y lo único que sentí fue alivio. Tu biografía yacía en el suelo, muerta, sobre un charco de tinta, y yo había perdido por fin el miedo a conocerte.

(c) Javier Warleta

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